sábado, 13 de enero de 2018

".El Dragón y el unicornio"por A.A Atanasio

 Ch’i-lin fue una vez un unicornio...
y volverá a serlo.
Entre los seres ígneos de su especie,
ha retozado en las colinas
insombres del sol,
compartiendo los rayos salutíferos 
con otros que se restregaban y
hocicaban las formas radiantes. 
Añora a los demás. 
Quiere retornar a la manada,
danzar con ella en los torbellinos del sol y vagar de nuevo en arcos cegadores 
por los contornos de las constelaciones.
El Ch’i-lin levanta su rostro 
hacia el remolino nuboso y
pace de nuevo de la luz del sol.
Debe fortalecerse para cumplir su misión
y poder volver pronto a la manada.
Más fuerte
que la mayoría de los de su especie,
a menudo corre a la cabeza de todos los demás, apeteciendo la soledad y el placer de cabalgar el impacto en arco del campo magnético solar hacia lugares que pocos han logrado ver.
Con el tiempo, llegó a cansarse de marchar siempre con el resto innumerable. Solitarios lugares lo llamaban.
Al principio,
el unicornio creyó que su deseo
de lugares solitarios era una aberración personal... tanto tiempo había vivido en estrecha unión con la manada
en las curvas sendas del viento solar.
Su deseo de irse solo
parecía una directiva interior,
un privado anhelo de nuevas experiencias. En los límites más fríos del horizonte solar, tembló de deleite al experimentar
las gélidas cadencias de los vientos sutiles que soplan de otras estrellas.
Novas golpeaban su soledad con galernas.
Y a lo lejos, las nebulosas espirales
eran espectrales testigos silenciosos
cuyos borrosos nimbos astrales
de luz antigua despertaban inefables sentimientos en el unicornio.
Volando más lejos
de lo que había volado nunca,
el unicornio experimentó la tempestad
de frentes gigantescos de distantes explosiones estelares.
Pánico, una rara emoción
entre estas criaturas de luz,
centelleó en él cuando el unicornio comprendió de repente
que había ido demasiado lejos. 
La resaca de la marea interestelar galáctica hizo presa en él.
No pudo librarse de su lazo implacable y
se hundió ingrávido en el vórtex atorbellinado del espacio sideral.
El vuelo es difícil aquí abajo,entre las poderosas líneas planetarias de flujo,
y debe bregar con todo su vigor para alzarse contra la gravedad.
Así pues, ésta es sin duda la causa de que su
cuerpo mutable haya efundido patas.
Son poco menos que un milagro
para el Ch’i-lin y, durante un tiempo después de su llegada, esas patas han constituido una distracción.
Hace sólo un instante
que ha descubierto el placer de amblar, trotar, galopar.
Ahora, sus patas están recogidas debajo del tronco mientras irrumpe a través
de las nubes al aire claro.
La senda iónica de su vuelo cintila
como polvo de diamante y
la lluvia se eleva de las densas nubes. Rociones de centelleantes aguaceros y
arcos iris ascienden más allá
de las níveas montañas y desaparecen, fulgiendo en el índigo del cielo.
Desde este espectacular chubasco invertido, el Ch’i-lin apunta al peregrino.
El contacto con el Ch’i-lin colma al peregrino de trepidante esplendor.
Su hermosa energía le recorre la piel
como un cálido viento melado,
y casi se abandona a esta dicha.
Su meticuloso entrenamiento, la larga vida
que ha dedicado a estudiar la transparencia, lo salva:
tras el choque inicial, la gozosa corriente del Ch’i-lin se canaliza limpiamente
a través de él y le sirve
de hecho para fortalecer su agarre.
El alambre muerde y apresa,
y el peregrino se yergue tirando de él.
Usa sus miembros y
urge al corcel a descender.
Los picos nevados se alejan hacia la altura mientras el suelo de nubes
se acerca con temible rapidez y, abruptamente, ambos se hallan
en el interior perlado de los cúmulos.
Para evitar la colisión con los escarpados riscos de los flancos montañosos, el Ch’i-lin
gira y gira y prosigue su descenso en ajustadas circunvoluciones.
El peregrino cierra sus ojos torturados por el viento para calmarse y
huele el azul perfume
embriagador de la criatura celestial.
La fragancia lo empuja casi a un ensueño pero, en ese instante, las nubes se ajironan y el corcel vuela sobre un terreno fluvial
de accidentadas cascadas
y peñas espumeantes.
El Ch’i-lin aterriza
en una plataforma pedregosa,
entre sauces y achaparrados enebros.
Sacude poderosamente la cabeza,
el cuerno mordido por el alambre
se quiebra y, libre, cae a la
corriente de la tundra.
De inmediato, el peregrino se desliza del Ch’i-lin y se arroja al agua gélida y poco
profunda. Sus manos tientan el fondo entre rocas de la lisura de los huevos hasta que atrapa el cuerno,
que vibra con zumbido débil.
Triunfante y con un grito de exultación, alza sobre su cabeza el trofeo...
y ve que el Ch’i-lin ha partido ya.
Solo está él ahora en el delta glacial,
con su inmortalidad en las manos y los nudillos azulados.

(Extracto del libro de A.A Atanasio
"El dragón y el unicornio"

jueves, 11 de enero de 2018

Morir es despertar por Autor Desconocido.

Hemos visto cosas que ellos no creerían..
atacar naves en llamas más allá de Orión,
hemos visto halos indómitos
brillar en la inmensidad,
cerca de la puerta del cielo.
Todos esos momentos
se perderán en el tiempo
como lágrimas en la lluvia. 
Es hora...Morir es despertar. 



Capítulo 7 de la "La rama dorada" [Dioses humanos encarnados.] por Sir James George Frazer [1922]

"La noción de un hombre-dios, o de un ser humano dotado de poderes divinos o sobrenaturales, pertenece esencialmente a ese período ante...